A poco menos de una hora del centro de Madrid nos encontramos con un pequeño pueblo de apenas 2.500 habitantes en plena Sierra Norte, un pueblo que se convierte en un paraíso para los amantes de las rutas por parajes naturales. Hablamos de Bustarviejo, “viejo campo de bueyes”, y hoy nos entregaremos a una ruta suave, apta para todos los públicos, que podremos completar en algo más de dos horas. Prepara ropa y calzado cómodos, algo ligero para picar durante la ruta y agua en abundancia; vamos a pasear por encima de los 1.200 metros de altura, rodeados por un paisaje extraordinario. Sigue leyendo para saber más sobre Vallehermoso:Imagen de Julio de Mateo García / CC BY-SA 4.0
DESCENDIENDO AL VALLE
El nombre del valle por el que vamos a transitar, Valle Hermoso, aparece recogido por primera vez en el Libro de la Montería (S. XIV), pero su belleza no se ha visto menguada con el paso de los años. Robles de todos los tamaños caminan junto a un sinfín de arroyos y pequeños regatos bajo la mirada atenta de milanos, águilas y buitres, y nos acompañarán en nuestro paseo.
Antes de sumergirnos en la naturaleza de la zona, dejaremos el coche en la pista que rodea la casa y el helipuerto de los retenes forestales. Este será el inicio y el fin de una ruta de 7,5 kilómetros aproximadamente que nos acercará a las formas en las que hombre y naturaleza se relacionaban tradicionalmente.
Dejando la casa de los retenes a nuestra izquierda, caminamos en dirección noroeste con el Collado Cerrado y el monte Maragil al frente. Ya desde el comienzo estarán presentes los “cirates”, pequeños huertos estructurados en terrazas, modos de explotación del terreno que buscaban aprovechar al máximo el espacio y lidiar con el desnivel natural. A ambos lados del camino comienzan a aparecer prados y casetas de piedra, donde nos saludarán yeguas y caballos. Libre de la explotación de otros tiempos, la tierra ha ido recuperando terreno, con jóvenes manzanos que crecen sin mucha supervisión y grandes robledales. Las jaras no tardan en convertirse en las dueñas del entorno y empapan el aire con su aroma inciensado.
Imagen de Carsten Niehaus / CC BY SA 3.0
A escasos 200 metros volveremos a disfrutar de la compañía de los robles, mucho más jóvenes que los que acabamos de dejar atrás. La presencia de ganadería pasa a ser algo anecdótico, y los helechos y pequeños matorrales campan a sus anchas.
Abandonamos la pendiente descendente para comenzar a ascender acompañados de una preciosa estampa de Valle Hermoso, con el Macizo del Pendón y el Collado como testigos. Nos topamos con el primero de los arroyos de nuestra ruta, el Arroyo de los Tejos, al que pronto seguirá el Arroyo de Navalpino. Seguimos por la falda del monte y recuperamos la presencia de pastizales con el pico Perdiguero (más de 1.800 metros) y el cerro de San Pedro escrutando nuestros avances.
SUPERADOS LOS PRIMEROS TRES KILÓMETROS…
Nuestras piernas acumulan ya 3 km, cuando nos encontramos con una bifurcación del camino. Optamos por la derecha, el más sutil, para perdernos en un bosque de inmensos robles, donde sólo el canto de los pájaros y el ruido de los insectos (estamos en zona de colmenas) rompen el silencio. Con esta banda sonora, cruzamos el Arroyo de la Barranca y continuamos avanzando unos metros, para girar bruscamente a la izquierda al alcanzar el Arroyo del Sardinero. Tendremos que abrir la puerta para el ganado que nos impide el paso (que debemos dejar como nos encontremos). Para no pasar por la carretera de Miraflores, recomiendan desviarse por un pequeño sendero situado a nuestra izquierda. Caminamos en paralelo a la carretera hasta llegar a una puerta que dejaremos a la derecha para bajar en dirección sureste, rodeados de fincas y pequeños “pasillos” naturales. Estas son las “callejas” que dan nombre a este artículo, pequeños pasos angostos que vertebran las distintas zonas.
Ahora sí, no tenemos más remedio que transitar brevemente por la carretera de Miraflores (M-610), pero no serán más de 200 metros. Pronto nos encontraremos con el indicador que nos devuelve al camino entre árboles, camino que nos llevará a cruzar el Arroyo del Sardinero otra vez, en este caso pasando sobre un pequeño puente de piedra.
LA RECTA FINAL
A la izquierda topamos con un camping rodeado de vegetación, que debemos dejar a la izquierda, para comenzar a subir por el valle arriba, en dirección a la Torre de la Mina. Llegamos al último kilómetro, y es ahora cuando vamos a agradecer esas moras que a final del verano nos regalan los zarzales del camino. Como si fueran aquellos Power-Ups del Pac-Man -o «Comecocos», para los que crecimos en los 80-, nos ayudarán a recuperar energía y avanzar por nuestro camino sin miedo los fantasmas de la pendiente final.
Al fondo vemos nuestro punto de partida, el helipuerto, y comenzamos el ascenso pasando primero sobre el Arroyo de los Tejos, para, escasos metros después, dejar a la derecha el Arroyo del Valle acompañados por un tradicional mura de piedra a nuestra derecha. El camino se hace pista y, ahora sí, pasamos sobre el Arroyo del Valle y cogemos el desvío a la izquierda para volver a encontrarnos con un paisaje tomado por las jaras, antes de escoger la dirección de la izquierda en el siguiente ramal, donde seguiremos vigilados por el denso jaral y acompañados por el Arroyo del Valle. El camino se abre para ofrecernos el último de los cruces, que tomaremos a la izquierda, antes de llegar a la carretera que nos dejará junto a nuestro punto de origen.
Con la satisfacción del esfuerzo completado, no está de coger la carretera en dirección a Bustarviejo para, a unos cientos de metros, parar en la Fuente del Collado, disfrutar de un refrigerio que nos reconforte por los esfuerzos invertidos y, quién sabe, quizá entregarnos de una buena comida en la que gozar con los productos de la zona.
Imagen de Erfil / CC BY SA 3.0